A parte de una molestia, en ocasiones las hormigas pueden devenir una plaga si por ejemplo se establecen en el césped o en las plantas del huerto o del jardín. Su presencia se detecta fácilmente, tanto por observación directa de las mismas como de los típicos nidos en la superficie del suelo.
Los daños de las hormigas en el césped pueden ser importantes en su establecimiento, al alimentarse de las semillas durante la siembra, lo que posteriormente se traducirá en calvas y/o zonas menos densamente pobladas. La presencia de hormigas en una planta puede ser igualmente peligrosa, no porque dañen directamente a la planta, pero si por su acción indirecta sobre la misma. Y es que la presencia de hormigas acostumbra a delatar la existencia de una plaga de pulgón. Estos pequeños insectos establecen una relación de mutualismo con los pulgones.
A consecuencia de absorber la savia de las plantas, los pulgones excretan melaza, una sustancia dulce y nutritivamente muy apreciada por las hormigas. A cambio de alimentarse de esta melaza, las hormigas protegen a los pulgones de las mariquitas, los limpian, los resguardan de la lluvia y los desplazan hacia hojas frescas cuando las afectadas se secan, favoreciendo así su dispersión.